Aunque no es un “santo” en el sentido católico romano de canonización, el 4 de septiembre es la fecha de conmemoración tradicional de San Moisés, el Profeta, en algunas tradiciones orientales y martirologios históricos debido a su inmensa importancia bíblica y su figura fundamental en la historia de la salvación. Moisés es una de las figuras más trascendentales del Antiguo Testamento.
Nacido en Egipto en tiempos de opresión israelita, Moisés fue milagrosamente salvado de la matanza de los primogénitos hebreos y criado en la corte del Faraón. Dios lo llamó desde la zarza ardiente para liberar a su pueblo de la esclavitud. Con la ayuda divina, realizó las diez plagas que doblegaron a Egipto y guio a los israelitas a través del Mar Rojo.
Su liderazgo no estuvo exento de desafíos durante los cuarenta años de travesía por el desierto, pero su fe y obediencia a Dios fueron inquebrantables. En el Monte Sinaí, Moisés recibió de Dios los Diez Mandamientos y la Torá, estableciendo el pacto entre Dios e Israel y sentando las bases de la ley mosaica.
Moisés es el mediador del Antiguo Pacto, el gran legislador, profeta y pastor de Israel. Su vida culminó a la vista de la Tierra Prometida, a la que no pudo entrar. Su legado es un pilar de la fe judía y cristiana, simbolizando la liberación, la ley divina y la relación directa con Dios.