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San Fernando del Valle de Catamarca
8 julio, 2025

Morir antes de tiempo

Tres personas murieron en los últimos días como consecuencia de incendios en inmuebles. Dos niñas pequeñas que habitaban viviendas muy humildes en el sur de la ciudad murieron el pasado viernes, y ayer falleció por causas similares una mujer de 35 años en el norte, presuntamente por fallas en conexiones eléctricas muy precarias.

Las causas son múltiples, pero, sobre todo en el caso de las nenas, hay una que está en el fondo de todo: la pobreza estructural, que no responde al legado de un gobierno en particular, sino a la configuración de un sistema social que garantiza tanto privilegios como menoscabos a los derechos de vastos sectores de la población.

La pobreza estructural mata. A veces con sucesos que horrorizan, como el fuego abrasador y arrasador, y otras lentamente y en silencio. El pobre, que es en realidad empobrecido, muere casi siempre antes de tiempo. Porque el hambre horada desde la infancia y las enfermedades prosperan más en el barro de la miseria que en las comodidades de una vivienda de clase media o alta. Y porque las tragedias resultantes de imprevistos pueden alcanzar a cualquiera en cualquier momento, pero es más fácil ser víctima de ellas si se carece de lo mínimo indispensable para vivir una vida digna.

Las muertes de las víctimas del fuego no pueden quedar como datos que alimentan una estadística siniestra pero que al cabo de un tiempo, cuando las cenizas de las ruinas se apagan, se convierten en fríos números que no sirven para describir el profundo drama humano que hay detrás de ellas.

La pobreza se ensaña especialmente con los niños. Casi siete de cada diez niños, niñas y adolescentes viven en ella y sufren por ella en la Argentina. El drama, que siempre ha sido drama, parece agravarse en un contexto en el que, en el altar del superávit fiscal, se sacrifican recursos que deben orientarse a morigerar el embate de la miseria y a proveer, a quienes lo necesitan, de viviendas seguras y habitables.

Las tragedias revelan la ausencia de factores actualmente denostados pero que son imprescindibles para sostener la vigencia del entramado social. Hace falta Estado que contenga y promueva a los sectores vulnerables y hace falta, cómo no, justicia social para reparar los estragos de una desigualdad que carcome los pilares fundamentales de la convivencia.

Dijo María Carrizo, ex secretaria de Familia de la provincia: “Estas niñas no murieron: las mató la indiferencia. Su sangre clama justicia social, no lágrimas pasajeras. A la clase política le exigimos dejar de gobernar para minorías privilegiadas. A la sociedad, dejar de mirar hacia otro lado porque esas niñas podrían haber sido nuestras hijas. El fuego que consume a los pobres hoy, puede ser el que arrase con la democracia mañana y que la corta vida de estas niñitas no sea un llanto en el vacío, sino el grito que incendie nuestra conciencia”.

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