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Cara y Cruz
Especulación. Caputo sigue apostando al carry trade, concepto que se vincula con la más popular bicicleta financiera.
El presidente Javier Milei escribió una columna de opinión en la edición del sábado del diario La Nación con el título “Atraso cambiario: el disco rayado de los economistas”. En ese espacio periodístico expuso argumentos tendientes a desacreditar lo que la inmensa mayoría de los economistas –heterodoxos, ortodoxos y ultraortodoxos- creen: que existe un atraso cambiario en la Argentina y que si no se toman medidas para corregir esa distorsión, hay riesgo de que más temprano que tarde la precaria estabilidad macroeconómica alcanzada en el último año, a fuerza de motosierra y licuadora, finalice abruptamente.
El dólar pisado artificialmente por intervenciones permanentes del Banco Central, que sigue perdiendo reservas, funciona como ancla inflacionaria, y eso aún le permite al gobierno tener un 50% de aprobación porque, aunque los salarios siguen muy deprimidos, el recuerdo de la inflación de dos dígitos, que se registró en el último tramo del gobierno de Alberto Fernández y en el inicio de la actual gestión, gravita para valorar la reducción pronunciada del aumento de los precios. Pero, como contrapartida, la estrategia utilizada provoca desequilibrios en el sector externo y propicia daños formidables en el sector productivo industrial y agropecuario. Respecto de los desequilibrios externos, un dato contundente revela la precariedad de la mentada estabilidad. El déficit por cuenta corriente creció en diciembre y acumuló siete meses en rojo en 2024.
La obstinación presidencial se agrava porque el diagnóstico del atraso cambiario de la casi totalidad del universo de economistas es compartido por el Fondo Monetario Internacional, cuyos aportes en dólares son clave para que el plan económico libertario no vuele por los aires. Los técnicos del organismo no quieren repetir el mismo error que cometieron durante el gobierno de Mauricio Macri, cuando otorgaron el crédito más grande de la historia del Fondo, que en una alta proporción fueron destinados a financiar la fuga de capitales. Incumplieron uno de los postulados de cualquier acuerdo con el FMI, que es la prohibición de que los países utilicen los recursos prestados por el organismo para intervenir en el mercado cambiario. El ministro de entonces –año 2018- era, como hoy, Luis Caputo, y el presidente del Banco Central Federico Sturzenegger, que ahora se desempeña como ministro de Desregulación y Transformación del Estado. La repetición del los actores del fracaso pretérito es un factor importante también para demorar el nuevo acuerdo.
La relativa estabilidad macroeconómica alcanzada en 2024, por otra parte, se debió en buena parte al exitoso proceso de blanqueo de capitales, que permitió el ingreso al circuito financiero de alrededor del 30.000 millones de dólares. Pero se trató de una medida extraordinaria que no tendrá repetición ni este año ni el próximo.
De modo que la apuesta prioritaria del gobierno en materia económica sigue siendo, como ya se ha mencionado en esta misma columna, en lo que se denomina “carry trade”, que consiste en tomar un préstamo en una moneda con una tasa de interés baja y luego invertir esos fondos en una moneda que ofrezca una tasa más alta. El carry trade se vincula directamente con otro concepto, más popular para la idiosincrasia nacional: bicicleta financiera. El esquema propicia que personas, empresas o fondos especulativos se desprendan de sus tenencias en dólares para invertir los pesos recibidos a cambios en activos financieros que rinden una tasa de interés en pesos superior a la variación del tipo de cambio, para luego comprar otra vez divisas a bajo precio, con alta rentabilidad.
Esta “bicicleteada” es la que permite todavía, aunque cada vez a un costo mayor, que no haya una presión ostensible hacia el dólar. Pero, como toda actividad especulativa, en algún momento concluye para obtener otros beneficios, en este caso resultantes de un dólar excesivamente barato.