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3 marzo, 2025

En España se especula sobre las primeras generaciones que no vivirán mas que sus padres

lunes, 3 de marzo de 2025 17:30

 El progreso parecía garantizado y en cada generación los hijos vivían mejor y más tiempo que los padres. Hasta ahora. Junto a la reorganización global de la economía que pone en duda el crecimiento del bienestar, los datos más recientes sugieren que la vida, además de peor, será más corta.

Las personas nacidas en los años 60 sabían que la esperanza de vida en España no alcanzaba los 70 años. Hoy, la suya supera los 80, pero, como revela un estudio publicado esta semana, el ritmo de crecimiento se ha ralentizado e incluso ha comenzado a disminuir en algunos países.

A esta tendencia se suma otra cuestión que invita a la reflexión sobre el estado de nuestra salud: aunque la esperanza de vida sigue aumentando, lo hace cada vez a un menor ritmo, mientras que el número de años vividos con buena salud se ha estancado o incluso ha disminuido. Según los últimos datos del INE, la esperanza de vida con buena salud en España ha pasado de los 70,4 para mujeres y 69,4 para hombres en 2019 a los 60,6 y 61,7 de 2022.

Una década de descenso en un periodo en el que la esperanza de vida se ha mantenido estable. La brecha entre los años de vida sin problemas de salud y la esperanza de vida total es un problema global, según un análisis de 183 países de la Clínica Mayo.

Por otra parte, en primer lugar, por el padecimiento de sobrevivir muchos años con mala salud, pero también porque esa brecha puede hacer insostenibles los sistemas sanitarios. Desde el 2000, la cantidad de años con mala salud que se viven de media ha pasado de 8,5 años a 9,6, en 2019, antes de la pandemia, un aumento del 13%.

En España, las enfermedades crónicas, como el cáncer, la diabetes o las dolencias cardiovasculares, representan, según datos de la Sociedad española de Medicina Interna, un 75% del gasto sanitario. En muchos casos, estas enfermedades se pueden retrasar casi hasta el final de la vida, suturando la brecha entre vida saludable y vida total, pero a falta de una aplicación a gran escala de medios biotecnológicos para prolongar los años sanos, son necesarios cambios en el enfoque en la gestión de la salud.

Los médicos están acostumbrados a tratar a personas que llegan con problemas de salud desarrollados y la formación en prevención es muy limitada. En España, el gasto en atención preventiva es, según Eurostat, de 104 euros al año por persona, solo un 5% de los 2038 que suponen el gasto sanitario total.

La mayor parte de la gente acude al médico cuando se encuentra mal y tiene un problema importante y valora más a quien es capaz de resolver esa crisis que al profesional que acompaña, con medidas aparentemente más humildes, en el cuidado cotidiano de la salud.

Este sesgo incentiva el interés por el tratamiento de enfermedades graves y tiene su reflejo en la falta de prestigio de la atención primaria. En España, faltan unos 5.000 médicos de familia, porque pocos profesionales quieren trabajar en unos centros de salud cada vez más saturados y con peores condiciones económicas que en Urgencias hospitalarias o el sector privado.

Asimismo, esto es un círculo vicioso que hace que cada vez haya más pacientes por facultativo y que haga aún menos interesante la atención primaria. Sin embargo, el papel de esta especialidad es clave. Un estudio de la Universidad Stanford calculó que un incremento de 10 médicos de primaria por cada 100.000 habitantes se asoció a un incremento medio de esperanza de vida de 51,5 días en la década de 2005 a 2015. El incremento de 10 especialistas, como cardiólogos o neurólogos, se relacionó con un aumento de 19,2 días.

El enfoque que sirvió para incrementar el bienestar y la esperanza de vida está agrietado. La industrialización de la agricultura y la alimentación, que un día redujo drásticamente el hambre en gran parte del mundo, se ha convertido en un problema grave para la salud.

Desde 1990, la esperanza de vida ha crecido en más de 6 años, pero la obesidad, que incrementa el riesgo de cáncer o dolencias cardiovasculares, se ha multiplicado por dos. Los alimentos ultraprocesados, junto al alcohol, el tabaco y los combustibles fósiles, además del sedentarismo, son los principales responsables de las enfermedades crónicas, pero salvo la del tabaco, sus industrias se han resistido con bastante éxito a los intentos de mitigar su impacto.

“Se habla mucho de promoción de salud y prevención, pero casi siempre se habla desde el punto de vista de la responsabilidad del individuo”, dice José Luis Peñalvo, director del Centro Nacional de Epidemiología. “Los factores de riesgo vienen condicionados por el ambiente y son necesarias políticas que generan gasto, como la ampliación de espacios verdes, o pueden no tener aceptación social, como las etiquetas que adviertan en los envases del peligro del alcohol”, añade.

Peñalvo también señala “factores de riesgo emergentes, como la salud mental, la contaminación del aire o el aislamiento de la gente mayor y las redes sociales que van a provocar grandes problemas en el futuro”. El estudio de la Clínica Mayo ya recoge que los problemas de salud mental y las adicciones son la principal causa de años vividos con discapacidad, seguidos por las enfermedades musculoesqueléticas.

Tras haber logrado avances significativos en salud con medidas como las vacunas o el saneamiento, los países desarrollados enfrentan ahora un desafío más complejo: seguir aumentando la longevidad y, sobre todo, los años vividos con buena salud. Para ello, deben replantear su visión del progreso y facilitar que sus ciudadanos lleven una vida saludable sin depender de un esfuerzo titánico a nivel individual.

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