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San Fernando del Valle de Catamarca
11 mayo, 2025

El primer periodista católico de Catamarca

El periodismo es una actividad que nuestro beato desarrolló principalmente en tres etapas de su vida: entre 1856 y 1862 en su querida Catamarca, entre 1868 y 1872 en Sucre, la antigua Chuquisaca, en la actual República Plurinacional de Bolivia. Y la última fue al final de su vida, siendo ya obispo de Córdoba en 1881, al propiciar la edición de “La Prensa Católica”. A la primera la contextualizamos en un tiempo en que Mamerto ejerció el periodismo como un oficio más entre las distintas ocupaciones públicas que tuvo. Esta etapa coincide con el tiempo en que estuvo más dedicado a la vida social y política, como ciudadano comprometido del mundo terrenal. Con esto no queremos decir que en otra etapa Mamerto no se ocupara de sus hermanos o del prójimo, sino que el enfoque del santo se acentuó en su contemplación y amor a Cristo, claramente luego de su exilio.

Cuando nos referimos a la segunda etapa, en la que se dedicó de manera más profesional, por así decirlo, al periodismo, fue como parte de una tarea religiosa que le encomendó el mismo Santo Padre y en la que se desplegó con la solvencia que lo caracterizaba, y con el agregado de su gran valentía y compromiso con su Madre, la Iglesia. En esta segunda etapa, Mamerto tuvo una tarea ardua, ya que la religión estaba siendo atacada por la masonería y el anticlericalismo. Actualmente sigue siendo así, por lo cual los católicos todavía necesitamos de manera urgente de las enseñanzas de Mamerto.

La etapa final, en su madurez y siendo ya pastor del pueblo cristiano, Mamerto salió al cruce de ataques dirigidos a las autoridades civiles y religiosas, aunque en un tono ya más paternal que el que usó en su juventud.

Además de abordar las tres etapas, vamos a decir que más allá de los escritos periodísticos del beato, la pieza comunicativa más influyente que publicó la prensa en vida de Mamerto no fue un escrito periodístico, sino su célebre sermón constitucional de 1852. Un sermón que, como bien sabemos, su impresión y difusión fue encargada por el Presidente de la Nación, y que contribuyó de manera decisiva a la pacificación de nuestra Nación que se encontraba en una feroz lucha fratricida entre unitarios y federales. Que la palabra de nuestro santo padre Esquiú haya sido clave para la constitución de nuestro país será siempre motivo de orgullo de los argentinos y de los catamarqueños en particular.

En nuestra opinión, este suceso fue una muestra cabal de la acción del Espíritu Santo que iluminó con los dones de la Sabiduría y el Consejo a este joven fraile de un humilde convento de la lejana Catamarca, uno de los confines del territorio nacional por aquel entonces. Por esto consideramos que Mamerto es el santo de la palabra. Dicho esto, acerca de Laetamur de gloria vestra, es preciso acotar para algún desprevenido que es el sermón que contiene aquella maravillosa -y muy valiente- enseñanza acerca de la obediencia. “Obedeced señores, sin sumisión no hay ley, sin ley no hay patria, no hay verdadera libertad…”.

Recordemos que Mamerto, siendo la voz de la Iglesia en ese momento, mandó a obedecer, a someterse a la letra de la ley civil, a los dos bandos en pugna. No sólo a los liberales sino también a los propios católicos, en un acto de rebeldía y valor digno de los mejores momentos de nuestra historia. Y fue esa actitud la que respetaron ambos bandos para finalmente jurar la Constitución Nacional, nuestra ley fundante.

Otra manera de evangelizar

También me gustaría contextualizar lo que significaba para Mamerto escribir. Anunciar la buena nueva de la Palabra de Dios fue su acción más notable. Tanto como practicar la caridad y servir a los demás. Por eso, leer y escribir constituyeron dos centros de interés fundamentales en su vida y le ocuparon buena parte de su tiempo. La lectura, asociada a la predicación y a la docencia, pero también a la necesidad de comunicación que sentía.

Recordemos que fue nombrado Lector de Artes en el Convento y que llegó a manejar más de una vez la biblioteca conventual. Fue toda su vida un ávido lector, alimentado principalmente por su hermano Odorico, que le enviaba los ejemplares que Mamerto requería para su formación permanente. A raíz de Mamerto y sus permanentes requerimientos, Odorico incorporó entre sus actividades comerciales la venta de libros que provenían muchas veces desde Europa.

Por esa misma vocación se entiende su riquísimo epistolario: una multitud de cartas familiares. Casi 180 cartas en 30 años han recopilado el RP Jorge David Catalán OFM y Beatriz Facciano en su reciente libro “Cartas a Odorico”. Cartas que le escribió principalmente a su hermano y mejor amigo Odorico, y también a sus hermanas Marcelina, Rosa, Justa y Josefa, y a su sobrina preferida, Nieves. Además de otras epístolas que se conocen a otros familiares y amigos dentro y fuera de la Orden Franciscana. Mamerto también escribió para sí mismo su Diario de Recuerdos y Memorias, donde expresó de manera más sincera y cruda los sentimientos que lo acompañaron durante su vida, ya sea gratificándolo o mortificándolo. Si a ello le sumamos la escritura de sus sermones, que a veces se hacía en varios borradores, más toda la actividad docente, podemos decir que era una verdadera “máquina de escribir”, mejor dicho, un verdadero redactor siempre inspirado en el espíritu de los Evangelios.

Conocemos también de Mamerto su profunda preocupación por ser un instrumento de paz. Por ello se encomendó desde niño al Señor para que su acción sea fructífera en la vida pública. Recordemos que la palabra de los sacerdotes era muy influyente en la política de aquella nación recién parida. Y Mamerto fue de esos sacerdotes que dieron la cara y salieron de los claustros a participar, a involucrarse, a opinar, a debatir, a enseñar, a defender lo que consideraban justo. Fue “la política como apostolado”, tal como lo refirió Armando Raúl Bazán.

Fue un comunicador nato. Ese afán explica que Mamerto haya desarrollado el don de la oratoria de la manera que lo hizo. Ejerció por todos los medios posibles el ministerio de la palabra. Desde la cátedra y el púlpito, con su voz y convicción, con su pluma y sobre el papel, desde el claustro, desde la banca legislativa, incluso en su relación con propios y extraños.

Por eso no extraña que se haya involucrado en la Asociación que propició la llegada de la primera imprenta, traída desde París a Catamarca, en 1856. Una asociación apoyada por la solvencia de los hermanos Molina -que tenían representación de la Casa Lucién e hijos-, el general Octaviano Navarro y otros vecinos ilustres. Con “El Ambato” se inauguró en junio de 1857 la actividad del periodismo en Catamarca.

Al comienzo, este periódico funcionó muy bien bajo la dirección de Benedicto Ruzo y tuvo como redactores a los principales intelectuales de la joven ciudad, como el escribano Vicente Bascoy. Por el clero, escribieron Fray Eulogio Pesado y a un Mamerto, de 30 años de edad que ya había alcanzado la fama y celebridad por su sermón constitucional y otros similares, y que había rechazado una beca que le ofrecieron para ir a estudiar a París. Fueron ellos los primeros periodistas católicos de Catamarca.

El propio gobierno provincial se interesó en las publicaciones de “El Ambato”, y vio conveniente que se incorporen leyes, decretos y edictos para su difusión. Esquiú colaboró con ello propiciando que la Legislatura autorice una subvención de 80 pesos mensuales para solventar a la Imprenta del Pueblo. En esta etapa El Ambato significó progreso y adelanto cultural para la provincia. Reemplazó a los denominados bandos oficiales que difundían los pregoneros de turno, y también a las “versiones, comentarios y hablillas transmitidos oralmente en el vecindario”. Constituyó un terreno neutral en el que todas las opiniones tenían cabida, situación que llegó a ser reglamentada por la comisión directiva de la imprenta.

Texto: Colaboración: Carlos Gallo

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