miércoles, 8 de mayo de 2024 01:20
Aquí y en todas partes, ahora y siempre, fue y es más fácil se oposición que oficialismo, si de construcción discursiva se trata. Los opositores sólo tienen que señalar, subrayar y maximizar todo lo que está mal, sin responsabilidad alguna al momento de resolver problemas o brindar soluciones. A la luz de lo que sucede en el país, ahogado en una crisis pocas veces vista en todos los ámbitos, a la oposición en general y al peronismo en particular, le está resultando muy fácil enhebrar declaraciones para castigar al gobierno de Javier Milei. No necesitan inventar nada, ya que casi cotidianamente el mandatario se despacha con alguna máxima insólita, como declarar que las Malvinas son inglesas, al margen del desastre económico que agudizó a niveles dramáticos con su devaluación inaugural del 120 por ciento, lesionando mortalmente los salarios y combinando la debacle con una disparada inflacionaria brutal. Todo ello está fuera de discusión, sin embargo, comienza a advertirse al peronismo en una suerte de zona de confort, donde transita cómodamente su rol opositor, pero sin avanzar hacia la resolución de sus propios dramas intestinos, que son muchos.
Medio año y contando
A medio año del triunfo de Milei, el peronismo está cómo en su rol de crítico implacable, pero no dio un solo paso hacia el ordenamiento partidario, como que sigue sin conducción. Se apuró una licencia para Alberto Fernández, pero el partido quedó en manos de cinco vicepresidentes (entre ellos Lucía Corpacci), sin que ninguno tenga suficiente voz de mando como para ordenar a la tropa. Cualquier justicialista consultado dirá que sobran dirigentes de primer nivel para encabezar la reconstrucción, entre ellos legisladores, intendentes, gobernadores… pero en concreto todo está como era entonces. Todos pendientes de lo que pueda decir Cristina cuando decide aparecer, muchos reclamando por lo bajo su jubilación, pero incapaces de definir una sustitución. El panorama es confuso, porque los tiempos se dilatan en la inacción general, todos bailan al ritmo que impone Milei, y el reloj sigue su marcha implacable hacia la elección intermedia del año que viene. En este momento, una gran interna parece ser la única salida eficaz de un laberinto en el que ya no se soportan más vueltas. Por mucho amor que despierte CFK, 20 años al frente de la fuerza y las dolorosas derrotas de 2015 y 2023, desnudan un desgaste innegable y la urgencia de cambiar de rumbo. O de música, como sugirió Axel Kicillof.
Damnatio memoriae
Claudio fue el nombre de uno de los más fascinantes emperadores romanos. Subestimado y menospreciado por una serie de problemas motrices y su tartamudez, una vez que accedió al poder demostró tales firmeza, capacidad e inteligencia que deslumbraría a todos, ganándose el respeto general y el reconocimiento de la historia. Claudio tenía, sin embargo, una debilidad: su joven y bellísima esposa Mesalina, que también pasó a la historia pero por sus compulsivas e incontables infidelidades. Todo lo soportó Claudio con estoicismo, esclavo involuntario de los atractivos de su mujer, hasta que ella fue demasiado lejos, casándose en secreto y planeando el asesinato del emperador para reemplazarlo por su última conquista. Enterado de la traición, Claudio los condenó a ambos a suicidarse. El hombre obedeció, y Mesalina no pudo, por lo que el soldado encargado de verificar que se quitara la vida, optó por decapitarla con su espada. Tras el trágico final del romance, sintiéndose humillado, Claudio ordenó retirar efigies, estatuas y todo aquello que recordara a su esposa en Roma. En realidad era una práctica habitual en la ciudad, denominada “damnatio memoriae”, que significa “condena de la memoria” e implicaba castigar el recuerdo de un enemigo del Estado tras su muerte. Cuando el Senado romano decretaba oficialmente la damnatio memoriae, se procedía a eliminar todo cuanto recordara al condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegaba a la prohibición de usar su nombre. Muchos emperadores también se vieron afectados por esta medida. Al parecer, Javier Milei decidió reeditar esas prácticas, y por ello decidió rebautizar el Centro Cultural Kirchner (CCK), llamándolo desde ahora “Palacio Libertad”. No es una medida novedosa, y menos con el peronismo: hubo épocas en que estaba prohibido incluso decir “Perón”. Lo que Milei no ha registrado, quizás por desconocimiento de la historia o falta de sentido común, es que estas decisiones son inútiles, insuficientes y hasta contraproducentes para borrar un nombre de la memoria colectiva. De hecho, aquí estamos hablando de Mesalina 2.000 años después. Y ciertamente, será mucho más difícil, quizás imposible, quitar a Kirchner del recuerdo y el afecto de gran parte del pueblo argentino.
Recuerdos
Hace 10 años, el oficialismo peronista recibía un golpe en la Legislatura, cuando el entonces diputado barrionuevista Marcelo Rivera era elegido presidente de la Cámara de Diputados con el apoyo de los 18 legisladores del bloque opositor que integraban castillistas y brizuelistas, desde donde lograron ungir en la vicepresidencia a la radical Marisa Nóblega. Con 21 votos favorables, el Frente Tercera Posición alcanzó un espacio de poder producto al acuerdo cerrado entre Luis Barrionuevo, el senador Oscar Castillo y Eduardo Brizuela del Moral. Al Frente para la Victoria, compuesto por los sectores que respondían a la gobernadora Lucía Corpacci y la Renovación Peronista, con 18 votos no le alcanzó para imponer la dupla Jorge Moreno (quien venía ocupando este cargo) y Rubén Ceballos como vicepresidente. El triunfo en las legislativas de 2013 y esa jugada, entusiasmaron a una oposición liderada por el Frente Cívico y Social, que soñaba con regresar rápido al poder, pero la alianza no perduró y el peronismo se fortaleció, tanto que el propio Marcelo Rivera, tras perder las elecciones como candidato a gobernador de Luis Barrionuevo en 2015, terminó sumándose al oficialismo. El FCS directamente desapareció del mapa.
El Esquiú.com