sábado, 25 de enero de 2025 01:04
Todos los pueblos de nuestro interior, suelen compartir algunas cosas en común; la bondad de su gente, la sabiduría de sus ancianos, el olvido de un tren ingrato que dejó una estela de nostalgia cuando se fue y no regresó jamás.
Suelen ser de gente bondadosa, de siestas apacibles, y de duendes traviesos que andan en las esquinas detrás de una pelota de fútbol cuando vuelven de la escuela, algunos juegan descalzos, otros sin camisetas, otros llevan grabado un sueño en su corazón.
Allá hace tiempo había uno en especial, que soñaba con la pelota día y noche, que su único deseo para navidad o reyes era esa redonda que la gastaba pateando contra el arco que su padre le había pintado en la pared de una casona vieja, “El Tulo”, le decían, y era un flaco enamorado del “fulbo”,(como decía) lento en sus trancos, pero rápido para la picardía, con asistencia perfecta en la canchita de la escuela o en la playón de la plaza de su Capayán querido.
Pero un día, el silbido de aquel tren que pasaba por el pueblo le anunciaba los noventa minutos de esa etapa candorosa e inocente de la niñez había terminado, y debía partir para la ciudad a comenzar una nueva vida.
Allá dejaba la canchita de la plaza, los amigos de la infancia, las tardes sin reloj con sinfonía de coyuyos, pero lo que no había dejado nunca era ese hambre de gol que lo acompañaba como su sombra a todos lados.
Casi desapercibido y en silencio, llegó una tarde a Vélez Sarsfield y allí a fuerza de goles comenzó su travesura por diferentes clubes de la Capital: Policial y San Lorenzo, gritaron sus goles y cada vez más este volante inquieto goleador y de una pegada privilegiada, comenzaba a llamar la atención.
Y como un sueño extraído de un cuento, se despertó una tarde a sus 19 años, en el sopor de una siesta tucumana haciendo goles en “Concepción Fútbol Club” y luego en la Selección de Tucumán, y como una cigarra que se despoja de su camisa para comenzar una nueva vida, dejó de ser “El Tulo” para convertirse en un “Matador”, cuando aquella tarde del génesis de su vida futbolera le convirtiera el segundo gol a la Selección Argentina, futura campeona juvenil del mundo del 79, que contaba con “Dios” entre sus filas, y deslumbraba a uno de los técnicos más sabios de nuestro fútbol, el Flaco Menotti, quien no dudó en recomendarlo para un grande de nuestro fútbol como es el “Club Rosario Central”, y allá voló , con su traje de matador a tierras rosarinas
En esas canchas tucumanas se quedó a vivir el volante goleador, y de buena pegada y para allá partió un número 9 que seguía deslumbrando con sus goles.
Las paredes que hasta ayer tiraban con los hermanos Barros, en la canchita de la escuela se repetían de igual manera, pero esta vez con craks como Orte, Rubén Díaz y un tal “Negro” Palma.
Y aquel grito solitario que retumbaba en las paredes de aquella casona, hoy retumbaban en las gargantas del pueblo canalla.
El sueño se había cumplido y aunque todavía faltaba la última “lidia” en la tierra que lo vio nacer, con los colores del Sarmiento, Villa Cubas, Independiente de San Antonio, Sumalao, lo sublime de lo profesional ya lo había logrado.
Y colorín colorado este cuento no ha terminado, porque el matador sigue flameando su “muleta” cada sábado, en los torneos de veteranos.