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San Fernando del Valle de Catamarca
10 julio, 2025

Cuatro millones de chicos no tienen garantizada su comida diaria

Se llama Inseguridad Alimentaria (IA) a la falta de acceso regular a alimentos suficientes, seguros y nutritivos para el desarrollo activo y saludable de las personas. Puede ser leve (es la preocupación por no poder comprar algunos alimentos), moderada (cuando se reduce la ingesta y los adultos se privan de comer) o severa (el hambre alcanza a los chicos). En niños, niñas y adolescentes, la IA tiene consecuencias graves: afecta la salud física, el desarrollo cognitivo, el crecimiento emocional y el rendimiento escolar. En Argentina hay 4 millones de chicos que no tienen garantizada su comida diaria: 3 de cada 4 que atraviesan esa situación tienen padres y madres que trabajan. La cantidad de hogares que viven con esta problemática creció del 32% en 2010 al 51% en 2024.

El dato surge del informe “Inseguridad alimentaria en la infancia argentina: un problema estructural observado en la coyuntura actual”, publicado este jueves por la Universidad Católica Argentina (UCA). Ya desde el comienzo, la investigación advierte: “La inseguridad alimentaria en la infancia es un problema estructural agravado por crisis coyunturales”. Entre 2010 y 2024, la IA infantil en Argentina mostró una tendencia sostenida al alza, con picos en 2018, 2020 y 2024. En el último año, el 35,5% de niños/as y adolescentes (4,3 millones) atravesó IA, y el 16,5% IA severa.

Los determinantes estructurales más fuertes son la pobreza, el empleo precario y pertenecer a un estrato social bajo. La IA afecta de modo particular a hogares pobres, con jefes/as con inserción laboral precaria, monoparentales y numerosos (5 o más personas). El empleo es el factor más decisivo. El impacto es desigual según la región y la composición del hogar. El AMBA muestra mayores niveles de IA que el Interior Urbano, especialmente a partir de 2017. La monoparentalidad se mantiene como un factor de riesgo a lo largo del tiempo: la enorme mayoría de estos hogares tiene a mujeres a cargo.

Según el informe, la AUH (Asignación Universal por Hijo) más la TA (Tarjeta Alimentar) tuvo un efecto protector frente a la IA: “Si bien los hogares que la reciben son más vulnerables estructuralmente, el análisis con modelos de efectos fijos muestra que la AUH+TA reduce significativamente la IA”. Otra de las conclusiones es que “la inseguridad alimentaria no es estática: más de la mitad de los NNyA atravesaron IA al menos un año entre 2022 y 2024. El 14,8% sufrió IA crónica y otro 9,2% empeoró. Solo el 44,5% se mantuvo libre de IA durante los tres años”.

Y dos características nuevas relacionadas a la coyuntura actual: la inseguridad alimentaria, que hoy alcanza al 25% de los chicos, crece en las clases medias bajas, y la poca incidencia de la inserción educativa como factor protector de la inseguridad alimentaria. Es decir, tener padres con trabajo e ir a la escuela ya no garantizan el acceso a los alimentos.

El trabajo como factor determinante

“El trabajo informal o precarizado es la variable mas importante en términos de factor asociado a la inseguridad alimentaria en Argentina, particularmente en esta coyuntura”, explica a Clarín Ianina Tuñón, socióloga, doctora en Ciencias Sociales (UBA), responsable del Barómetro de la Deuda Social de la UCA y una de las autoras del informe.

“La realidad es que durante la última década la transferencia de ingresos en la infancia adquirieron un papel protagónico justamente porque tenemos al 40% de la población que tiene trabajos en micro emprendimientos, en un sector precarizado e informal de la economía, y ese es una de las principales problemáticas que tiene nuestro país”, agrega.

“En ese marco y en la actual crisis, aún cuando las familias han multiplicado sus estrategias de supervivencia con trabajos secundarios, siempre es en este marco de sector informal y precarizado, con lo cual la generación de más ingresos es bastante dificultosa por la muy baja productividad que tiene el sector informal en la economía -asegura-. De los cuatro millones de niños que experimentan inseguridad alimentaria, tres millones son hijos de trabajadores del mercado informal”.

Tuñón explica que si bien las transferencias de ingresos como la AUH y la Tarjeta Alimentar están orientadas a este sector social, y que se crearon con el objetivo de equiparar a los hijos de los trabajadores del sector formal con el del informal, “estas transferencias, aún con su actualización, no son suficientes para garantizar una canasta básica alimentaria para el hogar”.

La especialista sostiene que es una problemática estructural, y se pregunta: “¿Cómo hacemos para generar trabajo genuino a gran escala? ¿Cómo hacemos para que la economía tenga más capacidad de demandar empleos y generar pequeñas y medianas empresas con altos niveles de productividad?

“Los padres de estos niños prácticamente se inventan su trabajo, pensemos en todos aquellos que trabajan en la economía más informal y marginal de la Argentina. Los niveles de productividad y de ingresos que tienen son muy marginales”, asegura.

Y destaca algunos datos de la actual coyuntura: “Más adultos de referencia y trabajando y produciendo hoy en un hogar no necesariamente significan mayores ingresos, lo que podría ser un indicador de proceso recesivo, que la AUH tiene un impacto protector pero no es suficiente, y que sin dudas el trabajo pleno y de calidad es lo que permitiría producir una merma significativa en problemáticas tan urgentes como es el acceso a los alimentos en los hogares con niños”.

Un círculo difícil de romper

“Todo el estrés que tienen los sectores sociales más vulnerables está vinculado a la precariedad de su trabajo pero también esto produce que tengan muchas dificultades para sostener sus trabajos. Y esto lleva a que no solamente tengan dificultades tan extremas como no poder garantizar la alimentación de sus hogares en calidad y en cantidad, y todos los días, sino que esto también va a repercutir fuertemente en todo lo que son los procesos de crianza y socialización de sus hijos”, describe Tuñón.

“Con lo cual los estímulos que tienen los chicos al interior de estos hogares no solamente son poco nutritivos en términos físicos sino que también son poco nutritivos en términos de alfabetización en los primeros años de vida, la posibilidad de jugar, contar cuentos, cantar, todo lo que de alguna manera estimula ese hambre que tienen los niños pequeños, que no es un hambre solamente física”.

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