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San Fernando del Valle de Catamarca
1 marzo, 2025

Medio Oriente. El 7 de octubre no ha terminado; pero ahora, qué hacer?

(PARÍS).- ¿No es acaso la imagen del sismo la que mejor evoca el 7 de octubre? Porque un sismo implica no solamente una conmoción inmensa, sino que también suele ir acompañado de réplicas, temblores aparentemente menores que prolongan sus efectos y lo repiten a lo largo del tiempo. Así ocurre con el 7 de octubre: dado que sus consecuencias siguen percibiéndose, debemos admitir que el 7 de octubre no ha terminado. No porque debamos minimizar el horror de lo sucedido aquel día; sino que, porque el grado extremo de espanto se prolonga mucho más allá de ese momento, debemos reconocer que aún vivimos bajo el impacto del 7 de octubre, que sigue determinando buena parte de nuestro tiempo. El 7 de octubre de 2023 marcó el inicio del momento histórico en el que todavía nos encontramos.

Fue un sismo porque fue una crisis; el 7 de octubre desgarró en dos la humanidad, los pueblos, las creencias. Obligó a cada uno a elegir y definir su ser. Primero, el sismo fue moral: que las personas fueran capaces, impulsadas por la ira, de cometer innumerables atrocidades, ya alcanzaba y sobraba. ¿Era necesario, además, que se intentara legitimar esas atrocidades, matizarlas, justificarlas? Se abrió un abismo entre aquellos con quienes aún era posible dialogar y aquellos con quienes ya no. Con estos últimos, nada más era posible; con los primeros, el desacuerdo podía existir sobre un fundamento común: la condena moral inapelable de las violencias cometidas por Hamas.

“Las ideologías más mortíferas carcomieron gran parte de la izquierda, comprometiéndola y haciéndola faltar a sus propios valores”

Así como el sismo divide físicamente un territorio, el mundo moral se escindió. Pero esta fractura no se produjo sin un segundo sismo, esta vez intelectual, que vio a una parte de la intelectualidad mundial tomar partido por los terroristas: presenciamos el triunfo de la radicalidad y de todo tipo de doctrinas que, basándose en corpus filosóficos generalmente mal leídos, justificaron lo injustificable. El saber, el espíritu científico y la duda misma fueron puestos al servicio de un negacionismo disfrazado de resistencia. Este sismo intelectual provocó a su vez un sismo político: las ideologías más mortíferas carcomieron gran parte de la izquierda, comprometiéndola y haciéndola faltar a sus propios valores. Este fracaso moral e intelectual es, probablemente, una de las causas principales de la derrota demócrata en Estados Unidos y quizás, pronto, en otros lugares: el sismo político siguió como consecuencia inevitable de esta desnaturalización de la izquierda –de ahí el probable sismo geopolítico, ya iniciado por la reconfiguración de la región. Finalmente, nuestro día a día se vio profundamente afectado: los partidos políticos divididos, las instituciones amenazadas de implosión, como lo ilustran las universidades estadounidenses, cuyos dirigentes parecían haber perdido hasta el más mínimo sentido de su tarea.

Así pues, el 7 de octubre no ha terminado. Ha desplegado sus efectos a largo plazo con una serie de réplicas sísmicas de una intensidad sin precedentes, y sus efectos siguen haciéndose sentir en Europa y el mundo. Sin embargo, más de un año después, con la crisis aún abierta, con todavía numerosos rehenes pudriéndose en manos de Hamas, y con el mundo en plena reconfiguración, debemos ser capaces de abrir un nuevo capítulo de esta crisis. Es necesario comenzar a pensar el 7 de octubre. Pensarlo de verdad. ¿Qué significa esto? Un ejemplo basta: se sigue evocando en todas partes el pogromo del 7 de octubre; pero, ¿por qué usar ese concepto? Porque el 7 de octubre reavivó en los judíos dolores milenarios, confirmando las palabras de Péguy: “Conozco bien a este pueblo. No tiene sobre la piel un solo punto que no sea doloroso, donde no haya un viejo moretón, una antigua contusión, un dolor sordo, la memoria de un dolor sordo, una cicatriz, una herida, una lesión de Oriente o de Occidente”. Sin embargo, debemos admitir que el concepto de pogromo no es adecuado, pues un pogromo afecta a una población judía en una tierra donde no es soberana; sin embargo, los judíos atacados el 7 de octubre ¡eran ciudadanos en su propia tierra! Se ha movilizado un concepto antiguo para intentar comprender un fenómeno inédito, ya que este fenómeno reactivaba un dolor ancestral y nadie estaba aún en condiciones de pensar lo inaudito. Tal recurso puede ser útil temporalmente, pero no es suficiente. Ahora, debemos abocarnos a forjar conceptos que nos permitan pensar la crisis.

Otro desafío nos espera todavía: la educación judía. Ya que si, como creemos, el 7 de octubre ha abierto una crisis que afecta a la esencia de la identidad judía –y quizá de la identidad humana toda–, ¿cómo no plantearse la cuestión del ser humano que queremos formar para el futuro? Una educación judía acorde a la realidad debe replantear nuestra definición de identidad judía, nuestro vínculo con la tierra de Israel, con las humanidades, con la cultura occidental, con la solidaridad, con Francia, etc. Ningún ámbito de nuestra vida debe quedar indemne: el análisis debe ser proporcional al sismo. Los educadores y dirigentes de las comunidades judías deben estudiar las reconfiguraciones que imponen, tanto en el saber judío como en el ser judío, las recientes mutaciones. Esta tarea no se empieza desde cero: la cultura grecolatina, la tradición judeocristiana y los estudios judíos son recursos para un trabajo de esta envergadura. El pasado, la historia, nuestros textos constituyen el terreno más fértil para que germinen los nuevos conceptos que necesitamos. En todo el mundo, el judaísmo debe despertar para pensar al hombre judío del mañana. Pero este despertar debe realizarse mediante una intensa reapropiación de los recursos de la historia de la humanidad y de la tradición judía.

Al fin y al cabo, el objetivo es simple: se trata de no dejarse engullir por el sentimiento de horror y devastación; resistir al odio, oponiendo a la locura del mundo, no una locura de mayor intensidad, sino la medida de la sabiduría y el discernimiento. Al observar al mundo volverse loco, se puede sentir que todo está perdido; pues bien, ¡no! Resistamos contra esa pendiente de pesimismo. El mundo de mañana está por construirse, tanto como el de hoy por ser salvado. No se lo salvará cediendo al complejo obsesivo que a veces nos tienta; no se lo salvará con lamentaciones, sino con análisis, con comprensión. La lucha misma contra el antisemitismo no debe transformarse en “pasión triste”. Combatamos el antisemitismo, pero cuidemos de no ser devorados por el mal que combatimos. El mundo de mañana espera hombres y mujeres de pie.

Arbib es filósofo; profesor de Sorbonne Université

(Traducción: Ezequiel Burstein)

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