La imagen de Jannik Sinner suele ofrecer, salvo en escasas excepciones, una sensación homogénea: allí no parecen habitar emociones de ninguna especie. Frío, estable, regular, la versión deportiva del tenista italiano se asemeja a la mecánica de una máquina perfecta. Salvo escasas excepciones, como el dolor que sintió luego de aquel cachetazo de la última final de Roland Garros. Lideraba dos sets a cero y tuvo tres match points a favor para levantar la Copa de los Mosqueteros, pero el español Carlos Alcaraz ensayó nada menos que la remontada de todas las épocas.
Aquel golpe abrió lugar para las lágrimas de Sinner, el humano menos humano de los deportistas. Aquella caída pudo no haber tenido fondo: cualquier mortal habría acusado el impacto y habría atravesado por un extenso lapso de recuperacición emocional. Cualquiera menos Sinner, cuyo desempeño parece depender de un simple interruptor para volver a encender la maquinaria, sin importar la profundidad del daño.
El tenista número uno del mundo desafió al destino de la lógica. Cuatro semanas después, en una nueva final de Grand Slam, contra el mismo rival, esta vez bicampeón defensor, dejó atrás su exégesis más humana para dejarle espacio, una vez más, al artefacto sin fisuras ni fallas. Incluso después de haber perdido un primer set en el que tuvo un break de ventaja, con los fantasmas de una nueva derrota en el horizonte, quedó en la historia como el primer italiano campeón de Wimbledon: se impuso por 4-6, 6-4, 6-4 y 6-4, luego de poco más de tres horas de disputa, y conquistó su cuarto título de Grand Slam.
“Creo que el mayor esfuerzo fue emocional, porque tuve una derrota muy dura con Alcaraz en París, en Roland Garros. Hay que entender lo que uno hace mal y trabajar para mejorarlo. Esa es una de las razones por las que ahora sostengo este trofeo, que significa muchísimo para mí”, reflexionó Sinner, también campeón en el US Open (2024) y dos veces en Australia (2024 y 2025).
Con 20 títulos del circuito mayor en sus vitrinas, equiparó los duelos grandes contra Alcaraz, su máximo contrincante, con el que edifica acaso la rivalidad del presente y de los próximos años. Venía de perder con el español en la final de Roma y también en París: ahora acumula cuatro coronas de Grand Slam, una menos que el jugador nacido en Murcia.
La versión inmutable de Sinner, de regreso en el circuito en mayo pasado luego los polémicos tres meses de suspensión por aquel doble doping de marzo de 2024, arroja reminiscencias de un mítico campeón de todas las épocas: el sueco Björn Borg, apodado IceBorg –hombre de hielo- durante sus años de esplendor por su inalterable semblante.
Con 141 triunfos y sólo 16 derrotas, Borg consiguió nada menos 11 títulos de Grand Slam, seis en Roland Garros y cinco en Wimbledon, sobre un total de 27 disputados. La efectividad es descomunal: 89,8 por ciento. Conquistó 66 trofeos en el circuito grande y se ubica en la 6ª posición histórica del rubro. Además ganó dos veces el Masters Grand Prix en Nueva York. La única deuda sin saldar fue el Abierto de los Estados Unidos, torneo en el que perdió cuatro finales, una en Forest Hills y tres en Flushing Meadows. Hay que destacar, de todos modos, que durante su apogeo los mejores jugadores no solían asistir al Abierto de Australia, torneo que Borg sólo jugó en 1974.
Como si todo aquello fuera poco, la parte más llamativa: Borg se retiró del tenis profesional con sólo 26 años. Y su alejamiento tiene una explicación racional más allá de la competencia por sí misma. Después de un maravilloso 1981 el sueco no quiso firmar la regla de ATP que les exigía a los jugadores en 1982 a participar cuanto menos en 14 certámenes del Grand Prix para ingresar en los cuadros principales de los torneos más grandes. Borg no estaba de acuerdo porque solía jugar menos en el año: sabía que si actuaba en doce torneos podría ganar entre nueve y once. Y ahí surge el acontecimiento más llamativo por la época: Borg debía jugar las qualies incluso con el status de un gran campeón con varios titulos de Grand Slam. Impensado por estos tiempos.
Pero el genio sueco, además de títulos, cualidades relevantes que se asemejan a las de Sinner. La parte física: tenía desplazamientos acordes porque había jugado hockey sobre hielo cuando era chico, lo mismo que el actual líder del ranking, nacido en la montañosa región de Trentino Aldigio, al norte de Italia. Pero también tenía un poder de concentración fuera de serie: el corazón le latía a muchas menos pulsaciones respecto del resto de los “mortales”. Y había algo más: era extremadamente sólido, no cometía errores, jugaba como una roca de ambos lados. En pocas palabras: el viejo Sinner, reencarnado en el nuevo IceBorg.
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