El 14 de septiembre la Iglesia Católica Universal celebra la Exaltación de la Santa Cruz, una de las fiestas más antiguas y veneradas. Esta solemnidad no solo conmemora el hallazgo de la Vera Cruz (la verdadera Cruz de Cristo) por Santa Elena en el siglo IV, sino también la dedicación de las Basílicas del Santo Sepulcro y de la Anástasis en Jerusalén, y la recuperación de la Cruz de manos de los persas en el siglo VII.
Más allá de los eventos históricos, la fiesta de la Exaltación de la Cruz nos invita a meditar sobre el significado profundo de la Cruz como instrumento de salvación. Para el cristiano, la Cruz no es un signo de derrota o sufrimiento sin sentido, sino el árbol de la vida, el trono desde donde Cristo Rey ejerce su amor supremo y vence al pecado y a la muerte.
En la Cruz, Jesús se entregó por amor a la humanidad, transformando el instrumento de tortura en el signo de la redención y la victoria pascual. Es un recordatorio de que la verdadera gloria se encuentra en la entrega de sí mismo por amor, en cargar con nuestras cruces diarias por Cristo.
Esta festividad nos llama a abrazar nuestra propia cruz, a unir nuestros sufrimientos a los de Cristo y a encontrar en ella la fuente de nuestra esperanza y salvación. La Cruz es el faro que ilumina nuestro camino hacia la vida eterna y el símbolo supremo del amor incondicional de Dios por la humanidad.