martes, 20 de mayo de 2025 01:32
Hartazgo, apatía, desinterés, descreimiento. Las causas pueden ser muchas, pero los números revelan una realidad: a la sociedad cada vez le interesa menos la política y cada vez son menos los ciudadanos que se acercan a votar, sin importar que en este país la concurrencia a las urnas sea obligatoria. Este fenómeno se viene acentuando elección tras elección. Sucedió en lo que va del año en cada provincia donde se desarrollaron los comicios legislativos y se repitió el último domingo en Capital Federal. La escasa participación en las elecciones legislativas porteñas marcó un piso histórico para la ciudad de Buenos Aires con el 53 por ciento de los votos. La del domingo último fue la elección que menos votantes convocó en tres décadas. No es un fenómeno porteño. Este año, en Santa Fe, la participación electoral fue del 55 por ciento. En términos siempre porcentuales, en Jujuy la participación fue del 64, en Salta del 62, en Chaco 52 y en San Luis 60.
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La democracia en Argentina goza todavía de prestigio y es valorada por la mayoría de la sociedad, pero contradictoriamente se profundiza la tendencia de no votar, decisión que se ve como un pecado sin penitencia ni consecuencias reales. Quedará por ver si se construye una nueva normalidad, en la que prevalece el desprecio a la política, el enojo con el sistema y con los partidos y candidatos. Los mismos referentes políticos instalaron de un tiempo a esta parte la idea de que se debe votar menos porque convocar a elecciones es molestar a la gente y que es demasiado agotador hacerlo cada dos años. Poco a poco, Argentina se acerca a los niveles de participación de Estados Unidos, donde el voto es un derecho optativo y no una obligación.
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A Manuel Adorni, gran ganador en CABA, lo apoyaron 15 de cada 100 votantes habilitados. Legal e institucionalmente, que vaya a votar más o menos gente no altera la legitimidad de los resultados. Pero que casi la mitad de la ciudadanía no vote es una señal fuerte, que algo indica. Lo que habría que preguntarse aquí es a quién le conviene que la gente no vote: hay antecedentes donde la estrategia de campaña pasó por desalentar el voto, porque cierto sector sabía que a menor movilización más posibilidades tenía de imponer su aparato. Mientras cambian los sistemas de votación, las fechas y los discursos, seguramente se pondrá la lupa también en esta conducta. Y por lógica, los oficialismos apuntarán a profundizar el camino que lleve al triunfo más fácil.
El Esquiú.com